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Los borceguíes le combinaban con la camisa arena. Equipada como el hombre de
Camel, se le notaba, además de una militancia feminista, cuál era su idea de nuestro
país. Más regordeta que fortachona, sus modos pasaban de una gesticulación
masculina a una fatiga melancólica. Tardé en reparar en que su gordura no era sólo de
bagels.
You are pregnant, le dije.
Ella aceptó el comentario con otra sonrisita nerviosa. Le miré las uñas comidas.
Ella cerró los puños. Más inquieta que antes, carraspeó de nuevo. Y me pareció que no
sabía, como un mal actor, qué hacer con las manos.
Con orgullo, me contó que ella y su pareja habían decidido tener un hijo.
Inseminación, me explicó.
Oh, dije, pronunciando con una u al final.
Quise saber a qué se dedicaba su pareja.
Se llamaba Farah, era una documentalista paquistaní que trabajaba en el Sundance.
Si fuera argentina, me dijo, sería piquetera.
Y se quedó mirándome por encima de sus anteojos.
Y si yo fuera piquetera, pensé, te expropiaría los travellers.
En cambio dije:
You are very typical.
Debra forzó otra sonrisa. Tenía todo el aspecto de la alumna aplicada, la radical,
con acento en la primera a, con sus estudios culturales aprendidos de memoria.
Bastaba verla desempacar su equipo para comprobar que no se detendría hasta
conseguir lo que se había propuesto. Y lo que se había propuesto era, nada menos, que
investigar sobre Victoria.
Why, le pregunté. Why Victoria.
En su español ortopédico me explicó que le interesaba Victoria como modelo de
luchadora. Victoria, según Debra, representaba una pionera de las libertades
individuales en las letras latinoamericanas. Mientras Debra disponía un grabadorcito y
un block de notas, me dije que no iba a ser fácil hacerla trastabillar en sus creencias
políticamente correctas.
Le ofrecí té.
Me preguntó si no tenía mate:
I love hierba mate, dijo.
No, no tenía. Ni hierba ni mate, me disculpé.
No hace falta aclarar cuánto abomino de esas fórmulas de cortesía donde los
natives parece que ofreciéramos nuestras artesanías, vasijas y matras al mejor precio.
Debra ya se había instalado en ese sillón y esperaba. Empecé por preguntarle si
había leído a Fanon.
Obviously, me contestó. Les damnés de la terre, dijo en un francés tan ortopédico
como su español.
Dudé si habíamos leído el mismo texto. Y lo que es más patético, dudé si valía la
pena gastar saliva remontándome a Fanon para explicarle el peronismo, las tensiones
entre liberación y dependencia y la situación de los intelectuales.
El racismo de los intelectuales ligados a la burguesía nacio nal, empecé, es un
racismo basado en el miedo.
Pero Fanon no le interesaba, me dijo. En todo caso, prefería que discutiéramos
sobre Homi Bhabha.
Sai, pregunté.
Debra no pescó el chiste. Ahora me miraba seria.
Empezó a arponearme con preguntas sobre Victoria.
Y yo, como me pasa siempre, me iba del tema.
Le pregunté a Debra qué le parecía Buenos Aires. Esta no era únicamente la ciudad
de Victoria.
Pero no pareció muy interesada en este desvío. De nuevo, me disparó:
Victoria, profesor, suspiró. Let s focus.
The monster, dije.
Y persistí:
Lo que te voy a proporcionar son balas de plata, le dije.
Profesor Gómez, me quiso frenar.
Van Helsing, corregí.
Dándole la espalda, hurgué en los estantes, entre revistas y carpetas, hasta dar con
esas cartas que Virginia le había escrito a Victoria. En una de ellas, Virginia escribe:
 Espero que esté usted haciendo nuevos amigos y encontrando nuevas cosas para
provocar ruido y agitación en Sudamérica . En otra:  Sospecho que es usted una de
esas personas, casi desconocidas en Inglaterra, capaces de hacer excitante una
conferencia . Poco después, le agradece un regalo:  Sus mariposas están colgadas
encima de la puerta en Tavistock Square, junto al retrato de mi antepasado puritano
que no aprueba su regalo. Si está en Londres, venga en el blanco carruaje .
Cada línea, cada comentario de Virginia, aun los en superficie más afectuosos,
destilan una mordacidad fina, ese sentimiento que provocaba Victoria: vergüenza
ajena.
La becaria estaba paralizada. Se conmovió, como cualquiera, cuando Virginia
alude a su propia escritura:  Esta mañana mi pluma es como un rastrillo .
En otra carta Virginia le informa a su amiga Vita, también escritora, sobre una
visita inminente de Victoria. Hay que fijarse cómo le describe a la visitante que
acecha por ahí:  Victoria quiere publicar algo tuyo en su revista trimestral , le escribe
Virginia a Vita.  Victoria está en París y se ha enterado de que vas a dar conferencias.
Supongo que quiere conocerte. Le he dicho que te escribiera y que yo luego te
aclararía. Ella es inmensamente rica y amorosa. Ha sido amante de Cocteau,
Mussolini y, por lo que sé, hasta del propio Hitler. La conocí a través de Aldous. Me
regaló una caja de mariposas. Y de vez en cuando ella desciende sobre mí con ojos
fosforescentes como huevas de bacalao. No sé qué hay debajo.
La becaria permanecía muda. Apagó el grabador. Chequeó el casette. Volvió a
rogarme, con una mirada sumisa, que siguiera.
 Querida Victoria , escribía ahora Virginia.  Siento mucho que se molestara el [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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