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humanas», y que también había «hecho de todo, desde cocinar hasta estudiar en la Universidad de
Stanford», y que actualmente trabajaba «de vaquero en un rancho de cincuenta y cinco mil acres».
Con él contrastaba la modestia de otro que me decía que «no tengo ninguna capacitación especial
que me permita recomendarme a usted. Si le parece bien, podría perder unos minutos en
contestarme. De lo contrario, siempre tendré trabajo en la tienda. No espero, pero me gustaría.
Atentamente ... ».
Pero me llevé las manos a la cabeza durante un buen rato intentando imaginar qué relación
intelectual podría haber entre mí y el individuo que escribía que: «mucho antes de conocerle,
mezclé la economía política y la historia y deduje muchas de las mismas conclusiones a las que
usted ha llegado».
La que sigue, a su manera, es una de las mejores cartas que me llegaron, así como una de las
más breves: «Si alguno de los que ya se han enrolado se resfría y usted necesita a alguien que
entienda de barcos, motores, etc., me gustaría tener noticias suyas ...». Otra misiva muy corta fue
esta: «Me gustaría participar en su viaje alrededor del mundo trabajando de marinero o de lo que
haga falta. Tengo diecinueve años, peso cincuenta y cinco kilos y soy americano».
Y he aquí una escrita por un hombre con una estatura de «poco más de metro sesenta y seis»:
«Cuando me enteré de su proyecto de navegar alrededor del mundo en compañía de la señora
London a bordo de un pequeño yate, me alegré tanto que sentí como si lo estuviese planificando
yo mismo y estuve a punto de escribirle para solicitar la plaza de cocinero o de marinero, pero por
alguna razón no lo hice y el mes pasado me fui de Oakland a Denver para trabajar en el negocio de
un amigo mío, pero todo ha ido de mal en peor. Por suerte usted ha retrasado su partida a causa del
gran terremoto, por lo que finalmente me he decidido a proponerle que me acepte en su
tripulación. Mi estatura es de poco más de metro sesenta y seis; por lo que no soy muy fuerte, pero
soy muy resistente y gozo de una salud excelente».
«Creo que podría añadirle a su barco un sistema adicional para aprovechar la fuerza del viento -
escribía uno con las mejores intenciones-, que, sin interferir en las velas con viento flojo, le
permitiría aprovechar toda la potencia del viento cuando éste soplase con más fuerza, incluso con
un viento tal que en condiciones normales debería arriar hasta el último palmo de trapo, con mi
sistema podría seguir a toda vela. Además, con mi invento su barco no podría volcar.»
La carta anterior había sido escrita en San Francisco con fecha del 16 de abril de 1906. Dos días
después, el 18 de abril, sucedió el gran terremoto. Y ésa es una de las cosas que me fastidió el te-
rremoto, pues el hombre que me había escrito la carta debió de convertirse en víctima y nunca
llegamos a conocernos.
Muchos de mis compañeros socialistas protestaron por la preparación del viaje. Uno de sus
típicos comentarios fue este: «La causa socialista y los millones de víctimas que viven oprimidas
por el capitalismo tiene derecho a exigir tu vida y tus servicios. Si de todos modos persistes,
cuando estés tragando la última bocanada de sal que puedas aguantar antes de hundirte, acuérdate
de que al menos protestamos».
Un trotamundos que «si fuese oportuno podría recordar muchos hechos y momentos curiosos»
invirtió un montón de páginas hasta llegar a la cuestión clave y me decía: «Me parece que me
estoy desviando del motivo de mi carta. He de decir que he leído en letra impresa que usted y una
o dos personas más se proponen realizar un crucero alrededor del mundo a bordo de un barco de
quince o veinte metros de eslora. No puedo creer que un hombre de su posición y experiencia
pretenda hacer algo que no será más que tentar constantemente a la muerte. Aún en el caso de que
consiguiesen soportarlo durante algún tiempo, usted y sus acompañantes acabarían machacados
por el incesante movimiento de una embarcación de esas características. Incluso en el caso de que
su interior estuviese acolchado, cosa que no es habitual en la mar». Gracias amigo, gracias por tu
calificación «cosa que no es habitual en la mar». Este otro amigo también conocía bien el mar
pues se describía a sí mismo diciendo: «Yo no soy un destripaterrones y he navegado ya todos los
mares y océanos. -Y de repente nos descubre el motivo de su carta afirmando-: Sin querer ofender [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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